Una boda real en Mónaco, tres vestidos, casi ningún acierto
Hace pocos días tuvimos una nueva boda real, ese momento que muchas esperamos para ver qué vestidos eligen los famosos, qué joyas y que looks, para tal vez copiar alguno, ¿no es cierto? En este caso presenciamos, por televisión, claro, la boda entre el Príncipe Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock. Se ha dicho ya que ella tenía una cara muy triste pero creo que esa es su expresión, como digo yo, “cara de nada”, pero el desafío mayor de este evento no era darle vida al rostro sino recortar su ancha espalda de nadadora olímpica.
La chica es alta, de facciones nórdicas, pero el ancho de la espalda es terrible para cualquier mujer que quiera lucir elegante y femenina al mismo tiempo. Y Charlene tenía que salir invicta en tres oportunidades: la ceremonia civil, la religiosa y la fiesta. Entonces, vayamos por partes a la hora de analizar la moda real: para la ceremonia civil apareció con un modelo de Akris, una firma suiza, para la ceremonia religiosa el modelo era de Giorgio Armani y para la fiesta un modelo de Armani Privé mas glamuroso que los otros dos juntos.
El primer outif estaba compuesto por una falda de gasa celeste con dobladillo de encaje y cuerpo de encaje también, con una chaqueta en el mismo tono. Ni sexy, ni elegante, ni nada, pues tampoco tenía un maquillaje llamativo o una joya importante. El vestido de novia estuvo bien pero salvo la larga cola nada me decía que se estaba casando con un príncipe y finalmente el que más me gustó fue el vestido de la recepción posterior a la Iglesia: un vestido al cuerpo con algunos volantes al final de la falda, aunque para mí el escote debería haber sido mas abierto, a pesar de los hombros, y tal vez los volantes deberían empezar en la cintura, cosa de que su figura no quede muy ancha de arriba y algo estrecha debajo, ¿no es cierto?
En fin, que está bien que Alberto se case después de rumores de homosexualidad, caída de cabello e hijos naturales, pero Charlene es tan sosa como un vaso de agua… de una piscina olímpica. ¡Qué mala que soy!